Ayer
viví una de las experiencias más "maris" de mi vida, que
ya es decir. Pero de “mari”, “mari”, no de “mari”
moderna, ni nada que se le parezca. Os la contaré.
Hace
varios días estuve en la mercería de mi barrio en Sevilla. Mercería
pequeñita con doscientos millones de cajas de colores perfectamente
encajadas como un tetris en estanterías colocadas en toda las
paredes. Lo que viene siendo un establecimiento forrado literalmente
de cajitas, que no deja un pequeño espacio libre para relajar la
vista.
Esta
mercería está regentada por la típica señora de un poquito más
que mediana edad y su segunda generación, ambas dos de las que te
dan solución para cualquier cosa que tu les plantees, por muy
extraña e incoherente que parezca.
Pues
estando yo en este lugar, comprando los útiles necesarios para la
confección de mis bolsos, vi que había una señora sentada en una
sillita y tapada por un biombo. Me paré un poquito a escuchar (sin
ser yo persona de meterme en la vida de nadie) y me percaté de que,
lo que estaba haciendo allí era aprender a hacer punto.
Como no,
a mi que se me antoja todo, me acordé de que necesitaba una rebeca
para estas noches frescas de verano. Le pregunte a la dependienta si
tenía madejas de algodón gruesas para coser con agujas muy gordas y
acabar muy pronto. La tendera se echo a reír, como era de esperar. Y
es que a una le gusta hacer de todo, pero acabar pronto. ¡¡No hay
cosa que me de mas coraje que empezar algo y terminarlo 3 meses más
tarde!!.
Ella,
que ya me conoce un poco, antes de enseñarme ninguna madeja, cogió
una prenda, de las que a veces mandan los fabricantes como muestras,
y la puso en el mostrador. Obviamente me enamoré, del tipo de hilo y
del calado. Un calado rarísimo, que al parecer se hace en los países
nórdicos, muy amantes de las manualidades, debido a sus largos y
aburridos inviernos. Automáticamente, elegí color y me la llevé a
casa.
Sin
poder aguantarme, empecé a tejerla, en los tipos de puntos que yo
conozco. Obviamente no me gustaba. A mi me gustaba el calado que
había visto.
Y ni
corta ni perezosa, me planté ayer mismo a que me enseñaran ese
calado tan raro. Por supuesto, la señora me sentó cómodamente en
una silla, me puso el ventilador y se sentó a mi lado, guiándome y
corrigiéndome en los fallos. Experiencia muy agradable y simpática.
Todas las clientas que iban entrando iban preguntando y comentando,
saludando o simplemente, mirando y sonriendo.
Mi
mensaje al contar esta historia es el siguiente: no te limites al
hacer lo que te apetezca por vergüenza o por pereza. Si algo te
llama la atención, busca, investiga, aprende, hazlo, no te quedes
con las ganas. En una de esas aventuras puedes encontrar tu gran
hobby, tu gran habilidad o incluso tu profesión. ¿Quién sabe? No
te pongas límites ni fronteras, seguro que hay situaciones y
personas que se encargarán de ponértelos.
P.D.: Ya
estoy deseando enseñaros la rebeca. ¡¡Monísima!!
Me parto de risa, efestivamente una mari, mari, parece que te estoy viendo...
ResponderEliminarOye, aunque yo no soy mari , ni sé coser, ni me gusta, ni ná, las mercerías de barrio también me encantan.
Chulísimo, el blog, felicitaciones. Rocío Tagua
A todo esto nenaa, eso quiere decir q el punto q empezast en mercadillo na de na noo?,jejejeje, es qq q mi niña cuando s ele mete algo entre ceja y dejaaaa.......a por ello, besos guapii.
ResponderEliminarEl punto que empecé en el mercadillo me sirvio de inicio. A partir de ahí voy a ir intercalando franjas con el punto calado. Ya os la enseñaré.
ResponderEliminarDefendamos las cosas hechas por uno mismo. Vivan las cosas contrahechas y vivan las mercerias de barrio!!
(es que me encanta la expresión "contrahecho" de Morón. Para el que no lo sepa, significa hecho a mano)