Hace 13 días que no escribo en el blog y me parece una eternidad. Y es que el mes de agosto ha dado para mucho. Tanto nos ha cundido y tengo tantas cosas que contar, que no se por donde empezar.
Empezaré por este fin de semana. Este fin de semana hemos estado en Marbella, en el cumpleaños de mi sobrino mayor. Al contrario que en otras ocasiones, que nos hemos quedado en hoteles mas alejados, este año nos hemos alojado en un hotel en el casco antiguo de la ciudad. Alucinante. Es como si una gran ciudad de hormigón y carteles publicitarios se hubiera comido a un pueblito blanco, tranquilo, de paredes encaladas y sombras de buganvillas.
Nunca había estado en el centro de Marbella y me ha dejado totalmente alucinada. Aunque alterado y maquillado por el turismo, sigue manteniendo la esencia de lo que un día fue. Lejos de parecer un pueblo de pescadores (a la parte de los pescadores supongo que se la habrá engullido el gigante gris), tiene unas enormes casas señoriales que nada tienen que envidiar a las de las grandes urbes de la época, como Cádiz, Córdoba o Sevilla.
Pero lo más importante es que mantiene la esencia. La esencia de pueblo y calle estrecha, con macetas en la puerta y gatos en las ventanas. Y lo que más me ha gustado es que tienen a la buganvilla como planta oficial. En cada casa una, en cada esquina una, adornando y salpicando de color las fachadas relucientes, y dando frescor con su sombra. Cubriendo azoteas y patios, y creando espacios mágicos.
Sin duda, todo un descubrimiento. Me alegro de que, pese a que el ladrillo haya acabado con el entorno, la maravilla natural en la que se enclava esta zona del mundo, no haya podido acabar con la esencia de un pueblo que se resiste a perderla.
Y es esa esencia lo que te hace conocer al pueblo de verdad. Saber de donde viene, cómo eran, cómo construian sus casas, como se relacionaban y como se organizaban las calles...El origen de los pueblos, te hace comprender su comportamiento, su forma de vivir el día a día.
Lo mismo pasa con las personas. Cuando te paras a escuchar y te olvidas de la fachada, de la cáscara, de los maquillajes y ropas, cuando llegas a la esencia de la persona, es cuando la descubres de verdad, y puedes entender su comportamiento, su pulso diario, su forma de actuar en el mundo. Conoces la esencia de la persona.
Luchemos pues, en la medida en que cada uno individualmente pueda, por mantener la esencia de las cosas. La vida cambia, el mundo evoluciona, pero la esencia nunca debe olvidarse, nunca debe perderse. Luchemos por mantener las tradiciones. Aprendamos a aliñar las aceitunas como se hacen en casa, a hacer jabón con los aceites reciclados, a mantener, en definitiva la cultura tradicional. Aquel que sabe de donde viene, sabrá adaptarse a los cambios y evolucionará con el tiempo, pero nunca olvidará la cultura que le precede, y eso, sin duda, lo hará más rico de espiritu y más sabio.
¿Te apuntas? yo ya me he subido al carro...
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